“QUÉ MOJADA LA DE ANOCHE”
Como era viernes social la vestimenta debía ser casual y listo para rumbear después de clases, así que me puse gelatina Alka en el pelo, perfume Kuorus, desodorante del deito Deporte, un Polo Shirt casi Cristian Dior de una paca de mi tía, ella vendía ropa en la pulga. Era mas bien Cristian Pior, unos pantalones Nison, (Ni son largos, ni son cortos) y unos Conber verdes (puse Conber porque esa era la marca, no Converse).
Se paró un carro con más colores que un diablo cojuelo en pleno carnaval: bompers rojo, las puertas azules, blancas y verde, la capota amarilla, el baúl color negro y el frente de color rojo vino. Estaba pintado con brocha. Me percate de la cantidad de pasajeros que había: cuatro en la parte trasera y uno adelante, sin contar el chofer.
Me senté en el asiento delantero del biónico (término robado de mi amigo Rigoberto Ariel, el extravagante) y me percaté que el asiento no era para dos, parecía más bien para la mitad de uno, así que, cual sardinas obedientes, nos acotejamos. Me senté en posición fetal vertical, los pies encogido con la mano derecha fuera de la puerta, parecía una extremidad más del vehículo, de vez en cuando le servía al chofer como direccional derecha para entrar y salir de los tramos a la hora de dejar y recoger a alguien y evitar que nos den un golpe a la hora de cambiar de carril.
A la vez que escuchaba “Ojala que llueva café en el campo” de Juan Luis Guerra Seijas me iba dando un pase con el olor a gas que se escapaba del tanque del carro y que ya me estaba mareando. Antes de llegar a la Gómez nos detuvimos ante un tapón, cosa rara en Santo Domingo, lugar en donde no se va la luz y el dólar esta a la par con el peso (no me crean, es un sarcasmo, me los vacilé). La fila de vehículos del tramo a mi derecha avanzó mas rápido que en la vía donde estaba mi biónico y en ese instante pasó como “anima demonium portat” una banderita que cruzó sobre un charco de agua hedionda y sucia la cual me cayó toda encima. Solo pude exclamar como el borracho aquel: “¡Diaaaaaablo!”. Estaba más mojado que “El Submarino Amarillo” de los Beatles.
Para colmo de los males nadie mas, en el carro donde yo viajaba, se había mojado. Solo yo. Y la maldita guagua se paró como a cincuenta metros de mí. Para colmo de los males yo tenía que apearme en ese instante. Imagínense, todo el mundo en la guagua me observaba con cara de pena y muertos de la risa.