miércoles, 27 de junio de 2007

“QUÉ MOJADA LA DE ANOCHE”


Viernes por la tarde a eso de las 5:00 p.m. Acababa de caer un aguacero del carajo. Iba rumbo a la universidad APEC y tomé un carrito en la Padre Castellanos con Albert Thomas rumbo Quinto. Debo decir que para tomar un carro ahí, se debe hacer la seña correspondiente a la ruta para montarse, que en éste caso, es nada mas ni nada menos, enseñar la palma de la mano con los dedos extendidos formando el cinco (indicando el quinto), como si estuviera enseñando una paleta de votación de un festival de la canción cualquiera (imagínense la lucha que debe pasar una persona que le falte uno de los dedos de la mano o que tenga un dedo de más y pidiendo esa ruta, no consigue carro nunca).

Como era viernes social la vestimenta debía ser casual y listo para rumbear después de clases, así que me puse gelatina Alka en el pelo, perfume Kuorus, desodorante del deito Deporte, un Polo Shirt casi Cristian Dior de una paca de mi tía, ella vendía ropa en la pulga. Era mas bien Cristian Pior, unos pantalones Nison, (Ni son largos, ni son cortos) y unos Conber verdes (puse Conber porque esa era la marca, no Converse).

Se paró un carro con más colores que un diablo cojuelo en pleno carnaval: bompers rojo, las puertas azules, blancas y verde, la capota amarilla, el baúl color negro y el frente de color rojo vino. Estaba pintado con brocha. Me percate de la cantidad de pasajeros que había: cuatro en la parte trasera y uno adelante, sin contar el chofer.

Me senté en el asiento delantero del biónico (término robado de mi amigo Rigoberto Ariel, el extravagante) y me percaté que el asiento no era para dos, parecía más bien para la mitad de uno, así que, cual sardinas obedientes, nos acotejamos. Me senté en posición fetal vertical, los pies encogido con la mano derecha fuera de la puerta, parecía una extremidad más del vehículo, de vez en cuando le servía al chofer como direccional derecha para entrar y salir de los tramos a la hora de dejar y recoger a alguien y evitar que nos den un golpe a la hora de cambiar de carril.

A la vez que escuchaba “Ojala que llueva café en el campo” de Juan Luis Guerra Seijas me iba dando un pase con el olor a gas que se escapaba del tanque del carro y que ya me estaba mareando. Antes de llegar a la Gómez nos detuvimos ante un tapón, cosa rara en Santo Domingo, lugar en donde no se va la luz y el dólar esta a la par con el peso (no me crean, es un sarcasmo, me los vacilé). La fila de vehículos del tramo a mi derecha avanzó mas rápido que en la vía donde estaba mi biónico y en ese instante pasó como “anima demonium portat” una banderita que cruzó sobre un charco de agua hedionda y sucia la cual me cayó toda encima. Solo pude exclamar como el borracho aquel: “¡Diaaaaaablo!”. Estaba más mojado que “El Submarino Amarillo” de los Beatles.

Para colmo de los males nadie mas, en el carro donde yo viajaba, se había mojado. Solo yo. Y la maldita guagua se paró como a cincuenta metros de mí. Para colmo de los males yo tenía que apearme en ese instante. Imagínense, todo el mundo en la guagua me observaba con cara de pena y muertos de la risa.

Me desmonte lo mas calmado posible, dejé las risas de los pasajeros atrás, una doñita que iba en la parte trasera de mi biónico se compadecía diciendo: “Ay ombe, ta to mojao”. Tenía ganas de entrarle a golpes al “descendiente directo en primer grado de una cortesana de dudosa moral” del chofer de aquel alma trote, pero en vez de eso hice lo que todo buen peatón haría, bajé de mi biónico, crucé la Kennedy y tomé otro carrito rumbo a mi casa. Un pasajero, me hizo una de esas preguntas estúpidas: “Loco, ¿te mojaron?” tenía ganas de responderle: “No imbécil es que estoy menopáusico”. Pero bueno, el pique no me dio para más que pagar dos pasajes para que nadie se pegara de mí y mojarlo. Me senté atrás, bien acurrucadito, como anoche…

lunes, 25 de junio de 2007

LAS AVISPAS PICAN… Y EN QUE SITIO!


Estaba de campamento con los jesuitas y el padre Ignacio en un lugar que el nombre ya ni me acuerdo, pero era lejísimo. El campamento duraba una semana. Después de ubicarnos en el sitio, poner las tiendas de campaña, estudiar el panorama y demás menesteres de esa chercha, había que buscar la leña para el fogón. Un amigo y yo fuimos en busca del combustible para hacer la cena. Cada uno con machete en mano íbamos recorriendo los lugares más recónditos, como si fuéramos Indiana Jones en busca del Cáliz perdido, buscando madera seca y otros palos que nos puedan servir para nuestro propósito.

Ya de regreso me puse a jugar con el machete imaginándome que era un samurái y que los árboles eran mis enemigos. Cuando le di un machetazo a una mata de guayaba había un nido de avispas de las cuales se me pegaron tres en la boca, mas específicamente, en la bemba de arriba. “Err diablo”, fue la expresión adolorida que hice después de darme, yo mismo, dos o tres pescozones para quitarme a las azarosas avispas.

Los que me conocen se han dado cuenta que mi boquita no se parece a la de Will Smith mas bien tiene una semejanza con la de King Kong. Y después de las picadas de las avispas me parecía al pato Donald. Dos lagrimones recorrían mis lindas mejillas al darme cuenta de lo que me esperaba.

Al llegar al campamento todos fueron a ver la tragedia, que en pocos momentos fue la sensación de todo el campamento. Todo el que me veía con mi bemba para tenía la siguiente reacción: primero miraban atentamente mi cara, luego se fijaban en mis labios y después se explotaban de la risa. Pasé el campamento entero sin hablar con nadie. Ya se imagina, yo feo de nacimiento, con una cara de aburrió y con la bemba como el diablo.

No los culpo, hasta yo mismo me podría reír de mi si me miraba en un espejo. Ese fue el campamento más largo que he pasado no pude relacionarme con nadie por mi condición “bembil”. Los apodos iban y venían desde bemba de trompeta, boca he jarro, bembe de guante, boca e tanque, de bacinilla, boca e cachucha hasta bembe troche (no se que diablos es un troche pero debe ser feo).

En las noches la cosa era dura, porque nadie podía dormir sin antes imaginarse mi cara y explotar de la risa en plena obscuridad. Yo estaba prejuiciado con todo el mundo. A todo el que veía riéndose pensaba que era de mi boca. Hasta el padre Ignacio, nuestro guía en el campamento, me confesaba de una forma peculiar. Primero siempre me dejaba de último, y cuando lo hacía no me miraba a la cara, sino que miraba para otro lado, me parecía como si estuviera hablando solo, de vez en cuando se limpiaba las lagrimas de los ojos yo creía que era por solidaridad a mi caso pero luego me di cuenta que era por la risotá que se estaba dando y no podía aguantarse mas.

Gracias a Dios y el campamento se terminó, todos se despidieron (yo no me despedí de ninguno). Mi hinchazón bajó aunque me quedé con la ligera sensación de que mi boca se quedó así de grande. Ahora cada vez que veo un panal de avispas o de abejas cerca de mí, lo primero que hago es cuidarme el lugar de más vergüenza para mí, la boca.

ESOS RELAJITOS

Capítulo 2.- El Palito


Otro caso muy lamentable. Dos chicos se disponían a pelear. Dirigiéndose malas palabras por doquier, ensuciando el nombre de sus queridas madres con ofensas difíciles de escribir (cónchale hasta para ofender se usa a las madres, que vaina), en fin, uno de ellos tenía un palo el cual sostenía. Cuando llegaron a estar cerca de mí, el que tenía el palo se disponía a marcharle al otro y me pidió que sostuviera el palo que el tenía, me dijo: “Toma, agárrame eso ahí”, yo por ver el pleito agarré el palo por un extremo, sin pensar si quiera.

El sostenia un extremo del palo, cuando yo agarre el otro lado. El muy “desgraciao” jaló el palo, embarrándome las manos con un desperdicio sólido producido por los seres vivientes como producto final de la digestión, “mierda”. Todos los presentes se rieron a carcajadas de la acción mientras yo con mi mano llena de pupú, iba llorando todo el camino a mi casa pues nadie se me acercaba y solo arrugaban la cara y me decía: “Ay fo, que bajo”.

ESOS RELAJITOS


Capítulo 1.- La Rueda

Carlitos, un niño de 7 años, conducía plácidamente su bicicleta Chopper por la calle. En eso, Tomás el manganzón del sector, empezó a señalar la rueda delantera de la bicicleta de Carlitos y con cara de tragedia le voceaba a éste: “Mira, la goma esta dando vueltas”.

Carlitos que vio la cara apocalíptica que tenía Tomás y la desesperación del mismo no procesó a tiempo lo que él le gritó sino que interpreto que algo andaba mal con la goma delantera, y asustado, empezó a fijarse en la bendita goma, que efectivamente, estaba dando vueltas como decía Tomás pero, para el colmo de los males, no divisó un hoyo que estaba al frente de él.

Pobre Carlitos, después que la goma se enclavó en el hoyo, salió volando por los aires cual luchador de esos de la lucha libre de México (que son especialistas en vuelos por los aires), se volvió un garabato de gente en la atmósfera. Nadando pero fuera del mar, dando zarpazos al aire sin encontrar nada solido de que agarrarse, calló al suelo frenando con la boca y guayándose todo lo que se llama cara.

Después del accidente, La boca de Carlitos parecía un radio casetera de guagua de la parada catorce. Muchos pensaban que el pobre Carlitos tenía una careta en vez de cara y que cuando reía parecía que estaba llorando, hasta los animales le ladraban con la cara de diablo que tenía. En el único momento en que nadie lo veía raro era durante la época del carnaval, varías veces ganó el concurso de careta del barrio pero nadie se lo dijo. Es más hasta lo saludaban con tanta alegría que para él esa época era su navidad.

miércoles, 20 de junio de 2007

BAILAR ES PERJUDICIAL PARA LA SALUD… CUANDO UNO NO SABE.



La fiesta estaba en sus buenas. Yo había llegado con mi tumbao de jevito malcomido, melena grasosa con aceite de aguacate (un aceite verde hediondo pero de moda en aquel entonces), poloshirt de rayas con cuello de tortuga, pantalón de tubitos y unos zapatos que brillaban mas que las estrellas del cielo (acabados de teñir con Rápido). Eran los años 80.

Inmediatamente divisé la pista. Estaba ansioso de bailar hasta gastar las suelas de los zapatos con las canciones del Mayimbe, El Zafiro y Tony Sebal. En esos momentos llegó Ramona, una chica que acababa de mudarse al barrio y no había tenido tiempo de sociabilizar con nadie. Tuve la suerte de que me hizo coro pues era tímida, y como trabajaba un en el colmado de mi papa, pude tener contacto con ella antes de la fiesta pues ella le hacía los mandados a su mamá.

Ramona era rarita de cara, pero tenía un cuerpazo que evitaba que alguien se fijara en su cara de diabla. Era como dice el catedrático Raúl Montero alias “boca e trapo”: “Esa chica tiene cuerpo de tentación con cara de perdición”. Tenía un vestido blanco ceñido al cuerpo que mostraba la protuberancia de sus partes intimas, que volvían ciego a cualquier vidente que tuviera 20-20 convirtiéndose en 5-35 (5 vista a la cara y 35 vista al cuerpo).

Yo quería lucírmela en esa noche y la invité a bailar. Grave error. En ese momento comenzó mi historia sin fin, pues Ramona no era tan tímida como pintaba, bailaba más malo que un alemán recién llegado al país y me sentí como si estuviera en un vía crucis de viernes santos, pero yo llevando la cruz.

Nunca pude descifrar su código bailaril, pues cuando yo iba para la izquierda ella cogía para la derecha. En vez de bailar parecíamos dos luchadores olímpicos. Fue la bachata mas larga de mi vida y que decir de los merengues que maltratamos más de una vez. No me hallaba ni con radar de la nasa, la pista de baile la sentía más grande que nunca. Para el colmo de los males ella se la estaba pasando súper pues hasta llegó a decirme en más de una ocasión: “¡Tuve! contigo si me gusta bailar, pues me siento cómoda”.

¡Ay mi madre! Exclamé para mis adentros mientras ella me sacaba a bailar hasta los anuncios. Muchos nos dejaban la pista a nosotros solos por temor a salir heridos en la pelea sin fin que protagonizábamos en ese lugar. Ya mi mente buscaba la forma de salir ileso de aquella batalla sin cuartel que por lo visto ella estaba ganando.

Muchos disimulaban las risas con sus manos, otros me miraban de reojo y uno que otro fresco me preguntaba: “¿Suya caballo?”, a lo cual me hubiese gustado responder: “No, del hipódromo”. Pensé en excusas para deshacerme de ella sin ofenderla porque no quería herir sus sentimientos. En mi mente pasaban ideas desde dolores menstruales hasta muerte de parientes cercanos para alejarme de la terrorista.

Me salvó la campana Tatico un compañero de estudios que acababa de llegar a la fiesta y no había visto el show que asía ella. Inmediatamente que más rápido los presenté y le dije que ella era una buena bailadora. El se emocionó muchísimo y con lágrimas casi en los ojos me dio las gracias por el chance que le había dado. Ese momento aproveché para irme para mi casa pues no podía estar en la fiesta, no después de pasar tanta vergüenza y de estar estropeao por el baile. Después de eso, Tatico no ha vuelto a confiar en mí. Cada vez que me ve me dice: “Lo tuyo no tuvo madre, degraciao, disque mi amigo”.

lunes, 18 de junio de 2007

EL DESODORANTE Y LA CARTA

A la edad de doce años me había enamorado de mi vecina. Una niña java, con pinticas en los buches y un cabello más malo que el brillo de fregar los calderos de la comida, andaba con su vestido blanco los domingos y sus zapatillas con medias de bolitas. Pero mis ojos solo veía sus lindos ojos, sus labios tiernos y sus dientes sin caries. Para mi era la reencarnación de la “Princesa Aurora” (la tipa que tenia vuelto loco al galáctico, el hombre que andaba con un cintillo en la cabeza por el cual ella lo amansaba, primer superhéroe gobernao por una mujer) y nadie podía decirme lo contrario.

El caso fue que en una ocasión decidí escribirle una carta de amor pues estábamos en víspera de San Valentín (jodio día que para lo único que sirve es para mortificar los pobres hombres con el regalo para las mujeres), y no sabía que hacer para que fuera una carta única.

Frustrado por los muñequitos de “Candy” y las novelas de aquel entonces como “Rubi”, “Alcanzar una estrella”, “La niña de la mochila azul” y “Señorita Maestra”, decidí que la carta debería ser perfumada para que ella la guardara por el resto de su vida.

Como era muy niño y no usaba perfume decidí usar lo único que olía bien, “UN DESODORANTE”. Usé el desodorante “Pétalos” de mi madre y lo sobe en esa carta cual sobaco jediondo. Al finalizar, la carta estaba tan empapada con el desodorante, que había que esperar que se secara para poderla enviar así que decidí tenderla en el cordel del patio por algunos minutos.

Me distraje un poco viendo “Mi Pequeño Pony”, y me entristecí con “La Ranita de Metan”. Luego de un rato caí en un profundo sueño (Siempre me pasaba cuando veía “Arcoíris Renbunbrai”). Unas risas estrepitosas me despertaron.

En la cocina de la casa estaban mi hermana mayor, mi hermano, mi prima, mi primo, una tía bica, la novia de un primo lejano, mi madre, mi padre, el amigo de mi hermano, la hermana de mi novia, un vecino que no conocía, el hijo del vecino, el amigo del hijo del vecino. Bueno mucha, gente. Todos alrededor de un papel hediondo de desodorante “Pétalos” duro como una hoja de zinc y con unas sonrisas y carcajadas que retumbaban en el lugar. Me miraron por encima del papel y mi hermano, exclamo: “Diablo, que pendejo tu ta”.

Desde ese día todos sabían que éramos novios y como novios escondidos al fin tuvimos que terminar porque no tenía gracia en aquel entonces mantener una relación formal pues por el hecho de ser tan jóvenes no lo consentiría su padre que era evangélico.

viernes, 15 de junio de 2007

MI ATRACO

Sábado como eso de las 11:30 de la mañana. Venía de la universidad Apec desde la avenida Máximo Gómez con 27 hasta la 17 casi Albert Thomas. Salía de un puesto de alquiler de video en el cual acababa de entregar un video que alquilé, un video de seso, (de esos que matan gente, le rajan la cabeza y le salen todos los sesos).


Caminaba placido por las aceras de la populosa 17 rumbo a la Albert Thomas. Nunca me percate de que EL, estaba al acecho, en un callejón, esperando cual fiera hambrienta la proximidad de su presa. Y yo, un inocente chico de barrio pobre, me dirigía como cordero al matadero.

Después de pasar por el callejón salió como Batman en pleno día y me agarró por detrás. Si, me agarró y dijo: “Dame la cartera y el celular, RAPIDO”, mientras no dejaba de ver a ambos lados como buscando a alguien y a la vez enseñándome algo plateado, que con el sol de las 12, cegaba mi vista: “UN MACHETE”.

Entonces entendí mi situación. Me estaban violando. (Estaban violando mi derecho de transitar libremente por la acera de la 17 y cogiéndose lo mío sin permiso, no sean mal pensados). En palabras sin ambigüedades, me estaban atracando.

En ese momento, mi rostro, se descompuso por completo, los nervios como soldados en el cerebro enviaron mensajes de alerta de pánico a mi sistema nervioso como diciendo: “te jodite, dale to lo que te pida o tu va a ve de que lao se le pone la mantequilla al pan”. En eso una voz de lamento salió de mis entrañas y traspasó difícilmente mi garganta y dije: “Montro dame un chance, déjame aunque se la cédula”. Y el agregó: “Coño dame la cartera y el celular, RAPIDO”. A lo cual me arme de valor pues estaba inmóvil de miedo y le entregué el celular y la cartera como buen soldado, digo, como buen atracado.

Después que EL se fue y me dejo en plena acera a merced de los observadores, que no hicieron mas nada que aglomerarse a ver el show, me sentí tan humillado y avergonzado por la impotencia que sentí al quedar inmóvil ante la presencia de el tigerito que me atracó el cual no debía tener mas de 15 años. Cuando se alejaba percate que lo que yo había visto como machete era solo un cuchillo de mesa bien afilado. Aún así, dama miedo y era peligroso.

Luego una señora mayor, como de 40 años se acercó a mi, me dirigió una mirada de pena, y con voz de intriga me preguntó: “¿Y fue que te atracan?”. Ahí fue que no soporte más y… de mis ojos salieron dos lagrimones y solo pude exclamar: "¡¡¡Diaaaaaaaaaaaaaaablo!!!